Lama Tönsang
En Tsurphu con el 16º Karmapa
Lama Tönsang nació en Tíbet, en 1934 y se ordenó como monje en el monasterio de Tsurphu, en 1951. En 1976, a petición del 16° Karmapa, fundó el centro Karma Migyur Ling (Montchardon) en los Alpes Marítimos franceses y lo dirigió con una dedicación y un compromiso excepcionales hasta su parinirvana, en 2023. Lama Tönsang vivió una vida ejemplar, para el bien de todos los seres sintientes.
En la región donde nací, se dice: «Karmapa es un Buda».
Tenía once años cuando dejamos nuestra casa en Kham para salir de peregrinación a Tsurphu, donde queríamos conocer a Yishin Norbu, el Gyalwa Karmapa. Nuestro grupo estaba formado por diez o quince personas, entre ellas mi padre. Viajamos hasta el monasterio de Karmapa, pasando por Lhasa. Una vez que llegamos, solicitamos audiencia con Yishin Norbu. Nos respondieron que era absolutamente imposible verlo, pues estaba en un retiro de larga duración.
Decidimos ser pacientes y esperar a ser recibidos, pese a todo. Tras un mes, renovamos nuestra petición a su serviente y de nuevo fue rechazada: Karmapa seguía en retiro. Sin embargo, nos propusieron que recibiéramos diferentes clases de bendiciones con objetos bendecidos por Karmapa.
Algunos del grupo rompieron en llanto por no ser recibidos por Karmapa, después de tan largo viaje. Mi padre dijo: «Simplemente debemos pensar que lo hemos visto. Estamos aquí, en este lugar tan especial, que es la residencia de Karmapa. Hemos pasado una buena temporada en Tsurphu e incluso hemos podido visitar algunas salas del monasterio. Aunque no hayamos podido verlo, él sabe que estamos aquí, por lo cual tenemos todas sus bendiciones. Cuando nos vayamos, en lugar de pensar que no hemos podido verlo, debemos tener la convicción de estar llenos de sus bendiciones».
Como no nos podíamos quedar en el monsterio, habíamos acampado fuera. Al día siguiente, por la mañana, después de despertar y desayunar, cargamos los equipajes en las mulas. Una vez hechas nuestras oraciones, estábamos listos para partir de regreso, cuando se acercó un monje para preguntarnos:
—Debe haber peregrinos por aquí. ¿Dónde están?
—¿Quién nos busca? —preguntamos nosotros.
—Karmapa en persona. Quiere verlos —nos respondió el monje.
Inmediatamente descargamos las mulas y seguimos al monje hasta el monasterio, donde esperaba el asistente de Karmapa. Nos hizo entrar mientras nos decía:
—Vamos, vamos. ¡Qué suerte tienen! Entren y permanezcan en silencio.
Yishin Norbu estaba en la puerta de su cuarto, majestuoso, como una estatua. Entramos y nos inclinamos ante él. Nos bendijo en la cabeza con las manos y los pies, y se quedó en silencio. Mi padre mostraba sus respetos a Yishin Norbu, manifestando así nuestra alegría por ser recibidos. Pero Karmapa permanecía silencioso.
Después, su sirviente nos dio a cada uno una cinta bendecida y nos dijo: «Verdaderamente, es increíble. Por lo general, Su Santidad no recibe visitas cando está en retiro. Pero esta mañana, expresó su deseo de recibir a los peregrinos».
Así conocí a Karmapa por primera vez.
A continuación, partimos. Nuestra alegría era desbordante. Pasaron varios años antes de volver a ver a Yishin Norbu. En 1951, a los diecisiete años, ingresé como monje en el monasterio de Tsurphu. Más tarde, Karmapa me confirió todas las transmisiones que necesitaba, así como los votos monásticos, las iniciaciones y los lung. En aquella época, Karmpa pasaba casi todo el tiempo en retiro. Aunque éramos monjes de Karmapa, la realidad era que apenas lo veíamos, tal vez solo cuatro o cinco veces al año. Desde que cumplí veintidós años (1956), Karmapa dejó de pasar tanto tiempo en retiro. Tomaba parte en los rituales celebrados en el gran templo de Tsurphu y daba transmisiones; de allí que lo viérmos más.
Anécdotas del Tíbet
Un monasterio en Lithang (Kham) había invitado a Yishin Norbu en varias ocasiones, sin embargo, Karmapa no había tenido la oportunidad de responder personalmente. Los monjes construyeron un nuevo templo con la esperanza de incitar a Karmapa a visitarlos. Le enviaron una carta donde le proponían consagrar y bendecir el nuevo edificio. Yishin Norbu aceptó, pero no sin precisar en su respuesta que no estaba seguro de ir en persona. De cualquier manera, hacía falta fijar una fecha para la ceremonia de bendición y, en cualquier caso, en persona o no, él bendeciría el templo. Finalmente no pudo asistir a la ceremonia, pero el día de la inauguración, se dice, cayó del cielo un arroz que bendijo al templo. Más tarde, un monje de esta comunidad vino a Tsurphu y mostró dentro de su amuleto protector un poco de ese arroz, que veneraba como reliquia.
Una noche en que viajábamos con Karmapa y muchos otros monjes de Kham, levantamos nuestras tiendas en un lugar aislado. De pronto, vimos en las montañas unos Na-Was, que son una especie de cabra montesa que suele vivir en rebaños de cien o doscientos individuos. Karmapa vio a estos animales y nos pidió que atrapáramos uno. Los Na-Was son animales salvajes, muy bravíos y absolutamente imposibles de capturar. Llevábamos nuestros hábitos; aún así, Karmapa nos pidió que siguiéramos al rebaño y cazáramos a uno de estos animales. Pusimos una trampa, sin éxito. Curiosamente, uno de ellos se apartó del rebaño y se vio rodeado de monjes que querían atraparlo. Los Na-Was son animales muy fuertes, pero nosotros éramos muchos y con las cuerdas conseguimos inmovilizarlo y llevarlo ante Karmapa. Él lo apaciguó con su presencia. Después, lo bendijo tocándolo en la cabeza, le hizo un agujero en las orejas que engalanó con unos bonitos adornos y luego lo dejó en libertad para que regresara a las montañas.
«Era una época en la que se podía sentir inmediatamente el efecto de la protección de Karmapa»
Le huida del Tíbet
Los preparativos de la huida de Karmapa a la India se habían mantenido celosamente en el mayor de los secretos. Ocurrió poco después de Losar. Yo tenía veinticinco años y estaba enfermo, por lo que guardaba cama. Súbitamente requirieron mi presencia en la oficina del monasterio. Cuando llegué, uno de los responsables me dijo:
—Karmapa quiere que vayas a Bután. Partirás mañana por la mañana.
—¿Por qué? —pregunté.
—Karmapa huirá a Bután —me respondió.
Me quedé algo contrariado, pues no tenía tiempo de preparme para ningún viaje. Fui a ver a Drupön Dechen Rinpoche para pedirle que le explicara a Karmapa que no podía ir de viaje por falta de tiempo y, además, estaba enfermo.
—De ningún modo —me dijo. —Karmapa quiere que te encargues de los yaks y los conduzcas a Bután. No te queda otra. No puedes negarte. Debes ponerte en camino enseguida.
Así pues, acepté. Por la tarde, a eso de las cinco, llegó el rebaño de yaks. Éramos dos, cada uno con un asistente, para cargar todos los equipajes a lomos de unos cien yaks. Nos pasamos toda la noche trabajando y hacia las tres de la madrugada estábamos listos para dejar Tsurphu. No habíamos tenido tiempo de despedirnos de nuestras familias, ni nada. Teníamos que ponernos en camino al día siguiente, tan pronto clareara. Después del primer día de viaje, me di cuenta de que mi salud era otra vez perfecta.
Salimos de Tsurphu un día antes que Karmapa, pues los yaks no son tan rápidos como las mulas y los caballos, en los que viajaba el grupo de Karmapa. Finalmente y con gran alivio, llegamos a Bután. Apenas llegamos, nos dijeron que debíamos volver inmediatamente al Tíbet, para preparar otra carga. Mi compañero se negó, por lo que yo tuve que ir solo. En aquellos tiempos, en aquella región había conflictos armados entre soldados chinos y guerrilleros khampas; y nuestra ruta atravesaba la zona de guerra. Ambos bandos se mataban, literalmente, entre ellos. Por eso, viajar con yak revestía bastante peligro. Sin embargo, pude volver sano y salvo. Le recé a Karmapa. En esos días, si te veían solo con una recua de yaks, los chinos te tomaban por un guerrilero khampa. Y si tropezabas con khampas, creían que eras un espía de los chinos. En otras palabras, estabas en medio de un fuego cruzado. Pero gracias a la protección de Yishin Norbu, conseguí atravesar estos territorios en guerra sin ningún percance.
Ese fue uno de los muchos episodios que le ayudan a uno a ganar una profunda confianza. Podíamos sentir directamente la protección de Karmapa. Aunque no tuviéramos la mínima probabilidad de sobrevivir, siempre llegábamos sanos y salvos a nuestros destinos. Así de poderoso era el efecto de su protección.
En Tsurphu con el 16º Karmapa
Lama Tönsang nació en Tíbet, en 1934 y se ordenó como monje en el monasterio de Tsurphu, en 1951. En 1976, a petición del 16° Karmapa, fundó el centro Karma Migyur Ling (Montchardon) en los Alpes Marítimos franceses y lo dirigió con una dedicación y un compromiso excepcionales hasta su parinirvana, en 2023. Lama Tönsang vivió una vida ejemplar, para el bien de todos los seres sintientes.
En la región donde nací, se dice: «Karmapa es un Buda».
Tenía once años cuando dejamos nuestra casa en Kham para salir de peregrinación a Tsurphu, donde queríamos conocer a Yishin Norbu, el Gyalwa Karmapa. Nuestro grupo estaba formado por diez o quince personas, entre ellas mi padre. Viajamos hasta el monasterio de Karmapa, pasando por Lhasa. Una vez que llegamos, solicitamos audiencia con Yishin Norbu. Nos respondieron que era absolutamente imposible verlo, pues estaba en un retiro de larga duración.
Decidimos ser pacientes y esperar a ser recibidos, pese a todo. Tras un mes, renovamos nuestra petición a su serviente y de nuevo fue rechazada: Karmapa seguía en retiro. Sin embargo, nos propusieron que recibiéramos diferentes clases de bendiciones con objetos bendecidos por Karmapa.
Algunos del grupo rompieron en llanto por no ser recibidos por Karmapa, después de tan largo viaje. Mi padre dijo: «Simplemente debemos pensar que lo hemos visto. Estamos aquí, en este lugar tan especial, que es la residencia de Karmapa. Hemos pasado una buena temporada en Tsurphu e incluso hemos podido visitar algunas salas del monasterio. Aunque no hayamos podido verlo, él sabe que estamos aquí, por lo cual tenemos todas sus bendiciones. Cuando nos vayamos, en lugar de pensar que no hemos podido verlo, debemos tener la convicción de estar llenos de sus bendiciones».
Como no nos podíamos quedar en el monsterio, habíamos acampado fuera. Al día siguiente, por la mañana, después de despertar y desayunar, cargamos los equipajes en las mulas. Una vez hechas nuestras oraciones, estábamos listos para partir de regreso, cuando se acercó un monje para preguntarnos:
—Debe haber peregrinos por aquí. ¿Dónde están?
—¿Quién nos busca? —preguntamos nosotros.
—Karmapa en persona. Quiere verlos —nos respondió el monje.
Inmediatamente descargamos las mulas y seguimos al monje hasta el monasterio, donde esperaba el asistente de Karmapa. Nos hizo entrar mientras nos decía:
—Vamos, vamos. ¡Qué suerte tienen! Entren y permanezcan en silencio.
Yishin Norbu estaba en la puerta de su cuarto, majestuoso, como una estatua. Entramos y nos inclinamos ante él. Nos bendijo en la cabeza con las manos y los pies, y se quedó en silencio. Mi padre mostraba sus respetos a Yishin Norbu, manifestando así nuestra alegría por ser recibidos. Pero Karmapa permanecía silencioso.
Después, su sirviente nos dio a cada uno una cinta bendecida y nos dijo: «Verdaderamente, es increíble. Por lo general, Su Santidad no recibe visitas cando está en retiro. Pero esta mañana, expresó su deseo de recibir a los peregrinos».
Así conocí a Karmapa por primera vez.
A continuación, partimos. Nuestra alegría era desbordante. Pasaron varios años antes de volver a ver a Yishin Norbu. En 1951, a los diecisiete años, ingresé como monje en el monasterio de Tsurphu. Más tarde, Karmapa me confirió todas las transmisiones que necesitaba, así como los votos monásticos, las iniciaciones y los lung. En aquella época, Karmpa pasaba casi todo el tiempo en retiro. Aunque éramos monjes de Karmapa, la realidad era que apenas lo veíamos, tal vez solo cuatro o cinco veces al año. Desde que cumplí veintidós años (1956), Karmapa dejó de pasar tanto tiempo en retiro. Tomaba parte en los rituales celebrados en el gran templo de Tsurphu y daba transmisiones; de allí que lo viérmos más.
Anécdotas del Tíbet
Un monasterio en Lithang (Kham) había invitado a Yishin Norbu en varias ocasiones, sin embargo, Karmapa no había tenido la oportunidad de responder personalmente. Los monjes construyeron un nuevo templo con la esperanza de incitar a Karmapa a visitarlos. Le enviaron una carta donde le proponían consagrar y bendecir el nuevo edificio. Yishin Norbu aceptó, pero no sin precisar en su respuesta que no estaba seguro de ir en persona. De cualquier manera, hacía falta fijar una fecha para la ceremonia de bendición y, en cualquier caso, en persona o no, él bendeciría el templo. Finalmente no pudo asistir a la ceremonia, pero el día de la inauguración, se dice, cayó del cielo un arroz que bendijo al templo. Más tarde, un monje de esta comunidad vino a Tsurphu y mostró dentro de su amuleto protector un poco de ese arroz, que veneraba como reliquia.
Una noche en que viajábamos con Karmapa y muchos otros monjes de Kham, levantamos nuestras tiendas en un lugar aislado. De pronto, vimos en las montañas unos Na-Was, que son una especie de cabra montesa que suele vivir en rebaños de cien o doscientos individuos. Karmapa vio a estos animales y nos pidió que atrapáramos uno. Los Na-Was son animales salvajes, muy bravíos y absolutamente imposibles de capturar. Llevábamos nuestros hábitos; aún así, Karmapa nos pidió que siguiéramos al rebaño y cazáramos a uno de estos animales. Pusimos una trampa, sin éxito. Curiosamente, uno de ellos se apartó del rebaño y se vio rodeado de monjes que querían atraparlo. Los Na-Was son animales muy fuertes, pero nosotros éramos muchos y con las cuerdas conseguimos inmovilizarlo y llevarlo ante Karmapa. Él lo apaciguó con su presencia. Después, lo bendijo tocándolo en la cabeza, le hizo un agujero en las orejas que engalanó con unos bonitos adornos y luego lo dejó en libertad para que regresara a las montañas.
«Era una época en la que se podía sentir inmediatamente el efecto de la protección de Karmapa»
Le huida del Tíbet
Los preparativos de la huida de Karmapa a la India se habían mantenido celosamente en el mayor de los secretos. Ocurrió poco después de Losar. Yo tenía veinticinco años y estaba enfermo, por lo que guardaba cama. Súbitamente requirieron mi presencia en la oficina del monasterio. Cuando llegué, uno de los responsables me dijo:
—Karmapa quiere que vayas a Bután. Partirás mañana por la mañana.
—¿Por qué? —pregunté.
—Karmapa huirá a Bután —me respondió.
Me quedé algo contrariado, pues no tenía tiempo de preparme para ningún viaje. Fui a ver a Drupön Dechen Rinpoche para pedirle que le explicara a Karmapa que no podía ir de viaje por falta de tiempo y, además, estaba enfermo.
—De ningún modo —me dijo. —Karmapa quiere que te encargues de los yaks y los conduzcas a Bután. No te queda otra. No puedes negarte. Debes ponerte en camino enseguida.
Así pues, acepté. Por la tarde, a eso de las cinco, llegó el rebaño de yaks. Éramos dos, cada uno con un asistente, para cargar todos los equipajes a lomos de unos cien yaks. Nos pasamos toda la noche trabajando y hacia las tres de la madrugada estábamos listos para dejar Tsurphu. No habíamos tenido tiempo de despedirnos de nuestras familias, ni nada. Teníamos que ponernos en camino al día siguiente, tan pronto clareara. Después del primer día de viaje, me di cuenta de que mi salud era otra vez perfecta.
Salimos de Tsurphu un día antes que Karmapa, pues los yaks no son tan rápidos como las mulas y los caballos, en los que viajaba el grupo de Karmapa. Finalmente y con gran alivio, llegamos a Bután. Apenas llegamos, nos dijeron que debíamos volver inmediatamente al Tíbet, para preparar otra carga. Mi compañero se negó, por lo que yo tuve que ir solo. En aquellos tiempos, en aquella región había conflictos armados entre soldados chinos y guerrilleros khampas; y nuestra ruta atravesaba la zona de guerra. Ambos bandos se mataban, literalmente, entre ellos. Por eso, viajar con yak revestía bastante peligro. Sin embargo, pude volver sano y salvo. Le recé a Karmapa. En esos días, si te veían solo con una recua de yaks, los chinos te tomaban por un guerrilero khampa. Y si tropezabas con khampas, creían que eras un espía de los chinos. En otras palabras, estabas en medio de un fuego cruzado. Pero gracias a la protección de Yishin Norbu, conseguí atravesar estos territorios en guerra sin ningún percance.
Ese fue uno de los muchos episodios que le ayudan a uno a ganar una profunda confianza. Podíamos sentir directamente la protección de Karmapa. Aunque no tuviéramos la mínima probabilidad de sobrevivir, siempre llegábamos sanos y salvos a nuestros destinos. Así de poderoso era el efecto de su protección.